Ustedes, queridos lectores, estoy seguro se piensan que nací el ateo intolerante que soy ahora, pero ¡sorpresa!, no es así. ¿Desafortunadamente?
Para mi suerte, no nací católico. Si bien mis padres eran en mayor o menor grado católicos, jamás me empujaron la religión como las letras, de hecho no recuerdo ninguna plática religiosa importante con ellos en mi infancia.
De ahí siguieron un par de primarias religiosas, marista y lasallista, de misa de viernes primero de mes y clases de religión, “vocacional” las llamaban. Recuerdo con gran tristeza que en algún retiro (íbamos cada rato de retiro al campo, a haciendas, etc) íbamos en procesión, supongo habrá sido una posada, en la noche y con velitas todos, y yo junto con uno de mis amiguitos de la época, decidimos, o más bien, “fuimos iluminados” y nos pusimos a derramar la cera caliente sobre nuestras manos… Le comentamos al profesor más cercano (estoy seguro que era un “Hermano”, así se les llama a los miembros de esa sociedad oculta que es el lasallismo) acerca de que lo hacíamos como sacrificio y puso cara de aprobación. Era en gran parte un juego, pero no dejo de sentir lástima por ese yo anterior, ignorante a más no poder.
En la misma época, primaria, mi abuelo materno se encargó de instruirme en las artes ocultas del esoterismo: la astrología, chakras, rayos de energía, energía de los cristales, los 7 rayos y Lobsang Rampa todos desfilaron ante mi. Evidentemente encontré esto muchísimo más interesante que la insípida religión católica, exceptuando el libro de las Revelaciones y la Divina Comedia, que ya me había refilado, así que me dediqué con ahínco a encontrar coincidencias astrológicas por todos lados. Que si mi planeta era tal, y mi piedra tal otra… ¡Vaya que si me creía tanta tontería!
Mi padre siempre estuvo en contra de esas charlatanerías y se molestaba bastante cuando se enteraba que mi abuelo me estaba instruyendo, o cuando yo hacía comentarios relacionados al asunto. El gran problema es que el jamás pudo refutar nada, nunca me ofreció ninguna explicación lógica y racional, simplemente “son tonterías”, y para entonces yo ya era algo analítico, así que me tenía más sentido creer en todo eso que en las nulas explicaciones ofrecidas por mi padre.
Afortunadamente hizo algo mejor.
En aquellos tiempos, queridos hermanos, una de nuestras cadenas de supermercados se dio a la tarea de vender enciclopedias a precios muy accesibles, y gracias a una conjunción planetaria astrológica, una de nuestras televisoras se dio a pasar programas de ciencia muy agradables… Y mi padre se encargó de comprar Mundo Submarino, de Jacques Cousteau, y El Nuevo Tesoro de la Juventud (si, leí cada uno de esos tomos completo, y en el caso de Mundo Submarino, dos veces), y a grabarme en video Cosmos, de Carl Sagan, y a veces el de Cousteau, que también pasaba en la tele.
¡Acierto de aciertos!
Hasta entonces lo único que sabía yo de las estrellas era que poseían gran poder sobre nosotros, y que solo servían para despertar nuestro yo interior y el tercer ojo y tal. Pero entonces conocí al Gran (y ese es el único Gran aquí) Maestro Carl Sagan, y su hermosísima forma de explicar las cosas. Sobra decir que quede totalmente enamorado de Cosmos. Y, casualmente, una tía compró el libro, pasta dura, ilustraciones por doquier… Y encima tuvo a bien regalarme dos libros, novelas de robots, del Señor Isaac Asimov, Bóvedas de Acero y El Sol Desnudo, que aún tengo, y que devoré instantáneamente.
Mi universo se expandió exponencialmente, de repente había galaxias, nebulosas, termodinámica, rayos gamma y gravedad rigiendo no solo nuestras vidas, sino la del universo mismo. Y todo era tan hermoso, y mucho más interesante que el esoterismo, ni que decir del pobrecito infierno cristiano.
Así que me las ingenié para decir en mi casa que ya había hecho la primera comunión, en mi escuela lasallista, pues imaginaba que eso si me obligarían a hacer. Nunca se enteraron sino hasta años después que se los confesé, y no le dieron demasiada importancia. Además mi madre se estaba convirtiendo al budismo poco a poco, gracias a las enseñanzas de su padre.
Busqué con fervor cada libro de Asimov que pude encontrar en los botaderos de las bodegas Aurrerá y Gigante, $15 cada uno y $30 cuando muy caros. Me convertí en fan declarado de la ciencia ficción escrita (no se crea mi amigo el lector que empecé a leer con eso, no. Yo leía desde muchísimos años antes, novelas, clásicos, cuentos para niños, moralejas chinas…) y de la ciencia en general. Desafortunadamente mi acceso a la ciencia estaba limitado, no había internet y la ciencia nunca ha sido demasiado accesible al público en general. Pero tuve un maestro de matemáticas que una vez a la semana nos daba una clase de “Ciencias de la Tierra” en donde discutíamos los enigmas astronómicos y físicos entre todos, ciertamente muy interesante y alentador.
Y así, fui enterándome poco a poco del avance de la ciencia, de los modelos en los que la Tierra era el centro del universo (apoyados por la iglesia), luego los heliocéntricos (apoyados por la iglesia) hasta los modernos del universo en expansión y me di cuenta de algo muy curioso: la religión, invariablemente, se equivocaba. Y para más inri, la ciencia era la que le atestaba las crucificciones. Brillante, simplemente brillante pues entendí que la ciencia era la gran impulsora de la humanidad, la única que nos provee del conocimiento sólido, aunque también me quedó claro que la religión cumplió su papel unificador en cierto momento. Hoy ya está muy pasada de moda, y es totalmente innecesaria en el mundo civilizado.
Para entonces (tal vez principios de secundaria) yo ya tenía un buen rato de no creer en el dios católico, sino en el dios abstracto del que tanto hemos hablado en este blog. Aunque todavía le daba una cierta esperanza de creencia a los sueños y ovnis. Seguí devorando todo lo que encontraba a mi paso y decidí que la astronomía era una de mis pasiones, pero deje de darle importancia a cualquier creencia, tuve una etapa libre de fricciones entre la realidad y lo que yo creía. Rezaba una oración propia cada noche, más que nada agradeciendo y pidiendo por los demás (solo pedía por mi en épocas de exámenes finales 😉 ), pero no pensaba más en el asunto.
Hasta que llegó un momento en que mis conocimientos de cómo funcionan las cosas (por limitados que son) me permitieron decirle adiós incluso al ser omnipotente abstracto y abrazar el ateísmo.
Aunque mi ateísmo es algo difícil de explicar, trataré: en la escala de Dawkins soy un 6.5. No pienso que exista ningún dios objetivo, de ninguna religión, tal, he decidido, es un absurdo total. Pero, ¿qué hay del dios abstracto? Ese que ni se molesta en nosotros, probablemente ni nos conozca, pero es omnipotente de todas maneras? Bueno, he leído la suficiente ciencia ficción y tengo bastante imaginación para concebir un ser producto de miles de millones de años de evolución, desde una especie sapiente como la nuestra, hasta un controlador de estrellas, un creador de galaxias, un ser, desde nuestra perspectiva limitada, a todas luces omnipotente. Un ser “divino”. Sin embargo ¡no es ningún dios! Es producto de la evolución, y probablemente nosotros algún día estaremos en su misma posición, si logramos librar todos los obstáculos que nos esperan ahí afuera. Ese ser, no solo pienso que pueda existir, ¡espero que exista(n)!
Así que, ahí la tienen, mis creencias desde un católico no practicante hasta un ateo feliz, pues a final de cuentas: la ciencia es nuestra verdad más aproximada.
Hoy no creo en nada y experimento la misma felicidad al mirar hacia arriba que el religioso más profeso. Que el lama más meditativo, y que el párroco más dedicado. Incluso me atrevería a decir que más, ya que yo entiendo lo que está sucediendo en la bóveda celeste, mientras que los religiosos solo pueden aspirar a admirar belleza, y ya lo dijo Sagan más o menos así:
La comprensión es una especie de éxtasis.
uuuhh que sensible¡¡¡¡
a pesar de eso, me sigo paseando en tus paginas,
ya les dedico mucho del dia, no te dire cuanto por si es mucho
me estoy actualizando…. es buena obra la tuya.
no me tomes a mal solo es envidia….
Si cambiaras tu actitud de escupir ad hominem tras ad hominem, probablemente alguien aquí te tomaría en serio. Mientras no lo hagas solo resultas un poco triste.
apenas me paseo por tus post,,,,….. es muy interesante, y pensar que en el post del aborto eras solo una asquerosa rata que opinaba.
ahora se que eres esa misma rata que sabe mucho, como lo aprecio.
eres genial.
pues gracias por ayudarme a aclarar en lo que debó enfocarme, igual seguiré leyendo solo para saber los distintos puntos de vista en cuanto a eso
Así es, el punto no es si existe o no, sino si influye (o puede influir) en nuestras vidas o no, y absolutamente todo indica que no influye. Más exactamente, no hay absolutamente nada que nos haga pensar que influye.