El otro día alguien que aprecio me dijo que su superación personal no dependía de mi ni de lo que yo le pudiera decir (en menos y más básico lenguaje) después de corregirle algo.
Sí. Sí depende. De mí y todos los adultos. Tenemos que cambiar a una actitud de infalibilidad ante la ola de ignorancia apoderándose del mundo.
No se puede simplemente dejar pasar tanta falsedad y estupidez —justo por eso estamos jodidos. Hay que señalarla y desmentirla.
Sí depende de mí y de mis comentarios.
Y de ustedes, milcentennials, depende cambiar su destructiva apatía, su “no sé y no me importa saber” que parece regir sus vidas.
Tenemos que enseñar. Enseñar y enseñar siempre, siempre explicar. Para esto hay que prepararse, leer, informarse, seguir a los que saben en cualquier tema. ¿Cómo vamos a enseñarles nada si no sabemos nada?
¿Cómo vamos a pelear contra ya no solo contra el pensamiento mágico, sino ahora encima el… llamémosle la ‘apatía al pensamiento’ si nosotros mismos no podemos investigar lo más simple, a cuatro viles clicks de distancia?
Tienen que saber mínimo preguntar a Google y discernir entre fuentes. Más bien tienen que entender que deben hacerlo, el “no importa que sea falso, es algo pequeño” pues sí importa.
Si lo pequeño los sobrepasa, imagínense: todo su sistema de creencias y valores está corrupto.
¿Cómo van a saber si su opinión sobre los temas relevantes vale la pena (ni decir si es correcta), si jamás se han tomado la molestia de verificar lo mundano siquiera? ¿Es correcta nomás porque ustedes así lo creen? Lo de ustedes no son opiniones, son creencias (inserte aquí popotes de aguacate, autos eléctricos, celdas solares y turbinas eólicas).
Las redes sociales generaron un efecto separatista y aislante sobre nuestras opiniones: al eliminar a los que opinan distinto de nosotros —en especial los que tienen opiniones válidas (y cómo vamos a saber eso si ni siquiera sabemos cómo poner a prueba las nuestras), la razón— hacemos oídos sordos, nos cegamos, nos encerramos en nuestra pobre y pequeña realidad, limitada por las series y películas pop, mediocres todas, y el incesante refresh del feed, nos encerramos en nuestra cámara de eco, donde sólo nos interesan la voz y el reconocimiento de los que opinan igual.
Qué pobres nos han vuelto.
Por supuesto, no es la primera ni será la última persona que me borra por corregirles. A veces solo por cuestionarles.
Pues ni modo. Sí es mi trabajo señalarles sus errores y corregirlos.
Sí es mi responsabilidad tratar de curar la ignorancia y la apatía con Pensamiento Crítico.
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¿Por qué los milcentennials tienen esa actitud tan destructiva contra el conocimiento?
“No sé, y no me importa saber”, digo, parece ser su máxima de vida, especialmente cuando se les trata de enseñar y corregir. Pareciera que solo consideran digno de interés lo que les apasiona, y perdonan sin chistar errores y lagunas garrafales en cualquier otra área del saber humano —la perdonan por ignorarlo todo, porque no saben nada de cualquier tema, y al no saber nada, pues ni les importa ni cuenta se dan que lo que comparten está mal, y para más inri piensan que no hace daño.
Es tal su aversión al saber, que está de moda bloquear usuarios con opiniones contrarias a las expresadas en donde sea que escriban —redes sociales, páginas y foros normales, las formales y serias aún se salvan. ¿Corregiste a alguien en redes sociales? Unfriended. ¿Opinaste que el autor está mal y se lo demuestras? Cuenta deshabilitada.
El ejemplo extremo son gente como los postmodernos productores y directores de cine y series pop, que no se conforman con ocultar las opiniones opuestas, sino que las etiquetan de tóxicas, misóginas, machistas, y anti-diversas.
Personalmente creo una razón muy importante es que no leen nada, ni les interesa ni lo harán. Si no lees, no aprendes, no encuentras que hay más cosas que lo poquito que tu sabes. Si te cierras en tu circulito, en tu cámara de eco, rodeado solo de opiniones iguales a las tuyas, curadas por ti mismo, poco podrás hacer para darte cuenta cuando estés equivocado: ser influencer vale más que saber.
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Pocas cosas evidencian tanto la ignorancia del pueblo como compartir una frase apócrifa.
En estos días no hay nada más fácil que copiar texto y pegarlo en Google, y ni eso, seleccionar, click derecho y buscar en G; ¡No hay pretexto!
El pretexto es nuestra aplastante apatía, siquiera por gastar 3 minutos verificando si Einstein —un físico teórico que revolucionó nuestra concepción del universo— en verdad dijo esa ridícula frase motivacional.
Si ni pueden algo tan simple, ¡por eso se tragan todas las fake news!
Como dice Alfredo Jalife, “La gente no sabe nada”.
Qué triste, carajo.